Navego
Navego por mar adentro
en un barco muy grande
balanceándose de un
lado a otro ¡ay navío mío!
Levantas pequeñas olas
desde babor a estribor
coronadas de espuma blanca
con arreboles de color.
La luz del sol matizada
de tonos naranjas, grises
son madejas de colores
en inmenso lienzo azul.
Me siento en un brioso corcel
de trote ágil, seguro de él
su gran porte se encabrita
con el empuje del mar.
El enviste de las olas lo frena
arremetiendo en su proa
la quilla mediadora abre camino.
Surge una nueva senda.
La singladura es de plata
y el continúo movimiento es de:
suave sube, suave baja
rítmico, alegre, al compás.
Tal como si se hubiera escrito
en partitura, pautada, para interpretar
la aún no escrita sinfonía, por ahora
para traspasar el alma.
No es un barquito de vela
pero cómo si lo fuera.
En él voy yo, libre
de un lado a otro
meciéndome.
Fuera, en cubierta brama
ruge, salta el viento
tras el ventanal ovalado
chocan las olas, me estremezco.
Las crestas son blancas alas
se suceden sin control
irrumpiendo y salpicando
agua fresca, pulverizada.
Sin ser marino admiro, la belleza
que ofrece el mar, su embrujo
el temor, el éxtasis al contemplar
el más allá de su horizonte.
Perdido en mis pensamientos
quedo engullido por él, navegando
sin destino, buscando siempre
nuevos puertos, en mi barco.