martes, 4 de agosto de 2015

Navego

Navego



Navego por mar adentro
en un barco muy grande
balanceándose de un
lado a otro ¡ay navío mío!

Levantas pequeñas olas

desde babor a estribor
coronadas de espuma blanca
con arreboles de color.

La luz del sol matizada

de tonos naranjas, grises
son madejas de colores
en inmenso lienzo azul.

Me siento en un brioso corcel

de trote ágil, seguro de él
su gran porte se encabrita
con el empuje del mar.

El enviste de las olas lo frena

arremetiendo en su proa
la quilla mediadora abre camino.

Surge una nueva senda.


La singladura es de plata

y el continúo movimiento es de:
suave sube, suave baja
rítmico, alegre, al compás.

Tal como si se hubiera escrito

en partitura, pautada, para interpretar
la aún no escrita sinfonía, por ahora
para traspasar el alma.

No es un barquito de vela

pero cómo si lo fuera.

En él voy yo, libre

de un lado a otro
meciéndome.

Fuera, en cubierta brama

ruge, salta el viento
tras el ventanal ovalado
chocan las olas, me estremezco.

Las crestas son blancas alas

se suceden sin control
irrumpiendo y salpicando
agua fresca, pulverizada.

Sin ser marino admiro, la belleza

que ofrece el mar, su embrujo
el temor, el éxtasis al contemplar
el más allá de su horizonte.

Perdido en mis pensamientos

quedo engullido por él, navegando
sin destino, buscando siempre
nuevos puertos, en mi barco.


Navego, navego, navego.