miércoles, 31 de agosto de 2022

Estío

 Pegada al suelo

junto al polvo del camino

queda la huella, marcada,

espaciada, poco definida,

junto a la polvareda

provocada por el tránsito

de pesadas maquinarías

de las faenas agrícolas.

En los márgenes,

algún espino verde, blanco,

espigas de cebada aisladas

sobrevivientes de la siega,

alguna que otra ginesta,

tomillos leñosos, hinojos aislados

desprovistos de sus tiernas hojas,

coronadas por florecillas cimbreadas

por su propio peso.

Las briznas de los rastrojos

se insertan dentro de la polvareda,

reflejando rayos de luz cegadora

proyectada por el reflejo del sol abrasador.

¡Ay! Cuánto cuesta mantener el ritmo,

en cuanto ascienden las cuestas.

La respiración se entrecorta, 

dando paso al continuado jadeo,

produciendo, la fatiga, 

llegando a la extenuación.

Y solo allá una pequeña

sombra de un almendro

de corteza tosca y seca

socavado en su raíz,

fruto de numerosas

madrigueras, habitáculos

de conejos muy abundantes

en estas tierras labriegas.

Saltan, brincan, corretean,

a través de los rastrojos,

moteándose con tonalidades:

entre grises, negros y pardos.

El calor cae como plomo

la sequedad en el aire

es manifiesta. ¡Cómo cuesta

respirar! Los labios se entre abren

y se resecan, hasta duelen.

En este estado, el caminante

vuelve sobre sus pasos,

antes de que el sol alcance el cénit

En este instante, todo es quietud.

El paisaje queda inerte,

todo un cuadro, un bodegón,

de cálida gama cromática.

Los sonidos se enmudecen,

ya no cantan las cigarras,

ni los grillos. Queda todo adormecido.

El caminante mira a su alrededor

y admira tal belleza, dura, extensa,

extremadamente seca y solitaria.

Esta es Castilla. Mi tierra





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